Aquí no hay Wifi, hablen entre ustedes

La primera vez que vi en un bar el cartel de “Aquí no hay Wifi, hablen entre ustedes” pensé en a dónde está llegando la comunicación entre las personas.

Tengo claro que perdemos calidad en las relaciones interpersonales. Me da la impresión de que cada vez hay menos conversadores, una especie en declive en favor de quienes repiten titulares o simplemente pasan de opinar.

Soy de los que, a pesar de ser tímido, gusta de hablar con las personas. Mis hijos ya me han reprochado más de una vez el que me enrolle con las personas. No comprenden lo hermoso que es y eso es un fracaso mío como educador. Y cada vez me gusta más.

Hoy prevalece la rapidez y la eficacia. Queremos las cosas simples y a muchísima gente le va el pensamiento simple. Hay prisa y poca paciencia. Cuesta esperar a que nuestro interlocutor termina la frase o la exposición de su idea: una vez que creemos que ya sabemos lo que quiere decir estamos pensando en la réplica. Y esto es algo que molesta a quienes disfrutamos exponiendo bien nuestras opiniones, usando las palabras adecuadas y montando correctamente la frase. Porque a veces las últimas palabras (esas que los apresurados al contestar ya no escuchan) definen el significado completo de la frase. En este sentido me gusta el idioma alemán: en el Goethe Institut al que fui durante 5 años para aprender el idioma. “Verb am Ende”, nos decían y repetían. El esquema es el TKamel: Temporal, Kausal, Modal. Esto te permitía decir muchas palabras de una frase que hasta que no se dijera la última de ellas, el verbo, el suspense estaba servido.

Para saber conversar no es necesario tener una cultura enciclopédica. En general basta con saber escuchar primero y luego con tener unos criterios medianamente formados en los temas importantes de la vida. Y veo que muchas personas ni saben escuchar ni pueden argumentar medianamente bien sus razones. Una situación que achaco tanto al sistema educativo como al descenso de las posibilidades de conversar, sin olvidar que a muchas personas les da pereza -o no les interesa casi nada- pararse a reflexionar en distintos asuntos para poder compartirlos coherentemente.

Quiero aquí distinguir entre conversadores y colocarrollos. Los primeros escuchan y muestran luego su acuerdo o argumentan su desacuerdo; los segundos esperan el momento adecuado y te meten su monólogo (lo que en la tele llaman publirreportajes) como tigres que saltan sobre sus presas. El padre de uno de mis mejores amigos era de los segundos y tenía un talento natural como nunca más he visto. Empezaba con su historia y ya daba igual lo que hicieras para interrumpirlo o cambiar de tema. Si te estaba hablando de un asunto que a nadie más le interesaba y de repente le sacabas el tema de algo fuerte como la guerra en un país o una nueva epidemia de ébola, hacía como que te escuchaba pero no. Lo que en realidad hacía era estudiar cómo reconducir esa noticia a su tema inicial… y lo hacía con maestría.

Hay ocasiones en las que me da pudor sacar el móvil porque veo que casi todos los que me rodean ya lo tienen en la mano y contemplan muy concentrados su pantalla. Antaño uno veía en el transporte público que las personas miraban por las ventanas o echaban un vistazo a los compañeros de viaje. Eran los tiempos en los que a uno le abordaba la típica señora de 60 o más años y le contaba los problemas que tenía con sus nietos. Hoy es rara la vez en la que estas situaciones se producen: en vez de abordar a quien está sentado a su lado estas señoras consultan su móvil.

Por ello me alegra ver cómo en muchos establecimientos hay conversaciones entre quienes los atienden y sus clientes. Que se fomenta la comunicación humana, que se pregunte al prójimo por su vida, que se escuche lo que los demás creen importante. Si esto ocurre en farmacias y comercios, todavía ocurre más bares.

En este sentido aplaudo la iniciativa publicitaria de los chocolates Kit-Kat creando espacios sin wifi mediante inhibidores para que la gente se tome un paréntesis en su conexión a Internet… y conecte hablando con otras personas. También me gustó (y voté consecuentemente) la página StopHubbing.com: en ella se califica de menosprecio el prestar más atención al móvil que a nuestros acompañantes presenciales. Recomiendo la lectura del artículo de Carola Junquera escrito en 2015 y titulado «Desconectados del entorno y conectados a la red: tan cerca pero tan lejos«.

Porque creo que los bares son los últimos santuarios de la conversación entre desconocidos. Donde casi nadie te mira mal si comentas la noticia que está saliendo en la tele en ese momento, ni a ti te molesta que te hagan partícipe de la conversación. Confieso que me encanta la costumbre de saludar al entrar en ellos y de despedirte al salir aunque jamás hayas visitado ese bar. Me reconforta el que al menos la mitad de la parroquia presente te devuelva el saludo. Disfruto viendo las preferencias futbolísticas, taurinas o de coleccionismo del dueño. Y lo que de lejos más me fascina es la capacidad de este personaje de estar todo el día animando la conversación entre sus clientes: opina sobre la última jugada, sobre el último desmán de Montoro, la última idea recaudatoria del Ayuntamiento o el enésimo político cogido metiendo la mano en los dineros públicos y declarando que cree en la Justicia al ser detenido. En fin, conversaciones sobre asuntos del día a día de las personas y que los políticos harían bien en escuchar.

Claro, a menos que el bar tenga Wifi gratis.

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Alberto Losada Gamst Escrito por:

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