Entre políticos anda el juego

Nos acercamos a los 40 años de democracia y aún no hemos aprendido mucho de ella. Ni los políticos ni los electores.

 

Las elecciones generales del pasado 20 de Diciembre de 2015 fueron el final de una campaña electoral… y el comienzo de otra. Acostumbrados como estamos a las mayorías parlamentarias, la decisión de los españoles ha traído una clara consecuencia: hay que negociar.

Antes ganaba las elecciones el PSOE o el PP. Si no llegaban a los 176 escaños de la mayoría absoluta no hay problema: se compran los que faltan a las minorías nacionalistas del PNV o de la ahora extinta CiU, y a gobernar. Pero ahora esto ya no es tan fácil. Hay más jugadores que también reclaman su parte del pastel. Irrumpen con fuerza dos partidos. Podemos, el de los justamente cabreados e indignados por las consecuencias de la crisis y los necesarios recortes, y Ciudadanos, el de los simplemente descontentos con la gestión del PP. Entre ambos suman un tercio de los votos y 109 diputados.

Decía que hay que negociar. Y pactar. Vemos ahora la talla real de nuestros políticos, esa que se muestra cuando hay que saber aceptar que hay intereses superiores a los del partido. O de los propios.

Han pasado dos meses desde las elecciones y seguimos con el Gobierno en funciones. Sánchez ha fracasado en el intento de convencer a otros: su simbólico pacto con Ciudadanos sólo sumó un voto más.

Y volvemos a empezar las negociaciones. Sin que parezca que nadie dé su brazo a torcer. Volvemos a la campaña electoral camuflada, a los besos en el hemiciclo y a las respuestas ingeniosas. Volvemos a esa gran mentira del “tenemos la mano tendida”.

 

¿Cómo se podría evitar la convocatoria de nuevas elecciones? Con madurez política, sentido de Estado –del español-, y capacidad sincera de negociar mirando al largo plazo.

Porque de eso andan escasos muchos de nuestros políticos: de sentido de estado y miras a largo plazo. Llevamos años pensando que hacen falta acuerdos de estado entre la mayoría de los partidos sobre asuntos esenciales como la Educación, la Sanidad, Relaciones Exteriores o nuestra organización territorial. Entre otros. Unos acuerdos imposibles si esos políticos miran fundamentalmente la gloria de su partido en un marco temporal máximo de dos legislaturas.

¿Y, en concreto, qué propongo para desbloquear la situación? Dos cosas: cambiar los líderes del PP y del PSOE, y modificar el ambiente de la negociación.

  • Tengo claro que jamás habrá acuerdo Rajoy-Sánchez. Por un lado Don Pedro tiene hacia Don Mariano una animadversión personal rayana en lo obsesivo y no pierde ocasión para descalificarlo; y por otro Rajoy preside un partido insoportablemente salpicado por la corrupción. Se quitaría a uno por sectáreo (desprecia al candidato votado por más de 7 millones de españoles) y al otro como precio político de una corrupción insuficientemente controlada. De modo que una solución sería que ambos dieran un paso a un lado para dejar la vía libre a otro líder con quien se pudiera negociar. Para llegar a pactar un Gobierno quizá presidido por la lista más votada pero con un programa amplia y sólidamente pactado.
  • El segundo cambio que propongo ya se puso en marcha en otras difíciles y largas negociaciones: las de la elección del sucesor del Papa Clemente IV, fallecido el 29 de noviembre de 1268. Los en total 16 cardenales llevaban dos años de discusiones y los magistrados de la ciudad de Viterbo, hartos de esta tardanza, decidieron darles unos incentivos. Pasaron a alimentar a los tozudos cardenales a pan y agua y, además, quitaron el techo del Palacio Papal en donde se eternizaban las reuniones. Aun así, pasó un año más hasta que el 1 de septiembre de 1271 se nombró finalmente al Papa Gregorio XI. Tres años sin Papa duraron las negociaciones. En términos de hoy, nada de negociar cómodamente en oficinas: a una carpa en la Casa de Campo de Madrid, y de comer lo más básico.

Unas nuevas elecciones en Junio de 2016 serán un fracaso de nuestra clase política. Una prueba de la necesidad que tiene España de modificar leyes electorales que den más frescura al sistema. Y un aliciente para que los electores seamos mucho más exigentes con los candidatos. Porque el futuro de España y los españoles no puede esperar más.

Imagen: Europapress / Congreso
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Alberto Losada Gamst Escrito por:

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