Sensatez 1.0 para el mundo 2.0

El sentido común y la sensatez son conceptos universales y atemporales que no entienden de tecnología.

 

Empecemos por sintonizar conceptos: por el mundo 1.0 entiendo el previo a la aparición de Internet, el físico y analógico, el que se toca y se huele. El 2.0 es ese nuevo plano producto de la interconexión de muchos ordenadores y que se percibe como una especie de cuarta dimensión inicialmente ajena a la anterior.

Hace no mucho me invitaron a dar un cursillo de introducción a la figura y rol del Community Manager, el representante de una organización en el mundo virtual. Su embajador, agente, relaciones públicas y lobbista. Aparte de ser como siempre un placer el compartir experiencia y conocimientos, lo enfoqué hacia el aspecto humano y emocional de esta actividad. No expliqué cómo abrir cuentas de Facebook, Twitter o Pinterest: algunos de los participantes tenían muchos más conocimientos técnicos que yo. Pero les faltaba recordar que tras los perfiles y avatares hay personas. Con sus anhelos, sus miedos, sus inseguridades y sus preferencias. Así que me esforcé para que comprendieran la relación que hay entre ese mundo virtual y el real.

Entiendo que el mundo digital no es mejor ni peor que el analógico. Es distinto. Es un plano virtual con muchísimos puentes que, con la rápida evolución que vemos, pronto pasará a fusionarse con el físico.

 

Pero hay reglas que no conocen de tiempos ni de tecnologías. Una empresa rentable es la que gana más dinero del que gasta. Una persona sensata no da todos sus datos a alguien desconocido a cambio de nada o casi nada. El instinto de supervivencia aconseja no meterse en callejones oscuros. La confianza se suele ver a través de los hechos antes que de las promesas y del marketing. Hay que mirar bien la calle antes de cruzar. La mujer del césar no sólo debe ser honrada sino además parecerlo. No morder la mano que da de comer. O sencillamente que la Policía no es tonta.

¿Por qué entonces tenemos tantos problemas con los entornos digitales? Vamos a verlo en dos apartados: el de las personas y el de los negocios.

Sobre estos últimos, no entiendo cómo es que queden profesionales que apliquen distintos baremos económicos a los negocios 1.0 y a los 2.0. Recordemos la famosa burbuja digital en la que tantísimo dinero desapareció en promesas de grandes beneficios. Una empresa digital tiene –o debería tener- un plan de negocio con su balance previsional, y una cuenta de explotación actualizada. ¿El saldo final es positivo? La empresa es rentable. ¿Es negativo? Si sigue siéndolo pasado el tiempo previsto, habrá que tomar alguna decisión importante. El que haya futbolines en la zona de descanso no la hace necesariamente más competitiva; en este sentido bastará con que las personas que trabajen en ella lo hagan bien y estén contentas con sus condiciones. No es que la empresa sea digital: es que opera en el sector tecnológico. Sus pérdidas o ganancias son tan reales como las de la panadería de la esquina.

Respecto de las personas, ¿por qué frecuentemente se comportan de modo tan diferente a como lo harían en la vida real? Entiendo que para muchas la posibilidad de tener una vida alternativa sea atractiva. Lo que no entiendo es la alegría con la que el personal –sobre todo el más joven- ofrece a Internet su vida y milagros. Cuentan al mundo todos sus datos, hablan de sus amigos, los sitios a los que van, y suben imágenes de sus mejores momentos. No quieren ver que lo que se sube a Internet se queda en Internet. Como oí decir a una fiscal especializada en delitos informáticos, nunca ha habido una generación que salga en tantas fotos con copas en la mano. Las fiestas de hoy y ayer que seguirán viendo el resto de su vida.

 

¿En qué se diferencian entonces el mundo digital del analógico? Visto desde el punto de vista de los riesgos, hay cuatro diferencias fundamentales:

  • su viralidad. La información puede ser vista por miles o millones de personas en muy poco tiempo, y reproducida casi infinitamente.
  • su accesibilidad. Cualquiera con acceso a Internet puede saber ese dato que tú has subido.
  • su relativo anonimato. Es más fácil esconder la identidad, pero sigue habiendo métodos para averiguarla aunque no estén al alcance de todos.
  • su facilidad para engañar. No vemos personas reales, ni oficinas o tiendas, sino páginas de Internet que cualquiera puede tener y avatares tras los que se esconden los individuos.

 

Aprovechemos estas diferencias para promocionarnos como personas, profesionales u organizaciones, pero conservando esa sensatez de la que nos hablaban padres y abuelos.

Imagen: Stocksy

(Visto 118 veces, 1 solamente hoy)
Alberto Losada Gamst Escrito por:

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.