El poder de un café

A veces me pregunto cuántos conflictos graves se habrían evitado de haber mediado entre los adversarios una taza de café. O de té.

 

Desde luego que prefiero, como casi todo el mundo, las soluciones negociadas. Hablar antes de pelear. Intercambiar opiniones e intentar ponerse en el sitio del otro.

En una ocasión me invitaron a participar en una negociación con una importante empresa consultora suiza especializada en cocinas. Yo estaba por entonces trabajando en una empresa sevillana, y junto con un directivo fuimos para allá. La empresa tenía su sede en un pueblecito a las afueras de Zurich, y su entorno era el que todos tenemos de ese país. Nos recibió su director gerente, y tras los pertinentes saludos pasamos a la sala de reuniones.

La mesa estaba apetitosamente surtida de bollos, infusiones, fruta y zumos. Charles, que así se llamaba nuestro anfitrión, dejó claras las reglas del comienzo de la negociación al coger un cruasán y empezar a morderlo medio sentado en la mesa. Entendido. Como nosotros tampoco habíamos nacido ayer –sobre todo mi acompañante, Rafael- pues a jugar todos. Partíamos de una situación tensa: pensábamos que se podrían haber esforzado más, y ellos no estaban de acuerdo. Así que para enfriar las hostilidades nos tomamos un café juntos. Haya paz.

Todos entendemos que una buena negociación se hace más fácil con un café de por medio. O una comida, o un algo que compartir distinto al motivo de la reunión. De ahí que muchísimos acuerdos se cierren inicialmente en un ambiente de beber y comer, que puede ser igual en un restaurante que en el campo durante la caza. Los detalles se pulirán más tarde y probablemente a otro nivel inferior y más técnico.

Está perfectamente estudiado el hecho de que tomarse algo con la digamos contraparte hace que bajemos algo las defensas y el instinto de ataque. La comunicación se hace más espontánea y natural. Es más fácil entender las motivaciones del otro. Hay un ambiente que genera más confianza que una fría sala de reuniones, que mucha gente percibe como casi un campo de batalla. El acuerdo es más alcanzable.

No defiendo que haya que invitar a un café a todos con quienes tengamos un conflicto. Pero lo que la experiencia me enseña es que vale la pena intentarlo, sobre todo cuando intuimos que no tenemos toda la información o porque nos extraña el comportamiento de la otra persona.

Ya los indios americanos nos enseñaron a usar su ritual de la pipa de la paz. Entendían perfectamente que ese compartir facilitaba la conversación y allanaba el camino a los acuerdos. Lo mismo podemos decir de los árabes, que compartían sus infusiones como un gesto de consideración desde hace ya muchos siglos.

La frase “¿nos tomamos un café?” tiene mucho poder si se sabe usar bien. Quien sepa cuándo y con quién tomarse ese café tendrá menos conflictos y más amigos y aliados en la vida personal y profesional.

Algo que estoy seguro nos viene bien a todos.

 

¿Un cafelito?

 

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Alberto Losada Gamst Escrito por:

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